sábado, 23 de agosto de 2014

El Dios de los judíos


Nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los Judíos”---Jesucristo 
La profundidad del sentimiento Judío acerca del monoteísmo fue formado por siglos de experiencia. Mientras que la nación se había adherido a su convicción central acerca del único Dios, ella había prosperado. El sufrimiento terrible había sido la pena por cualquier apostasía hacia el politeísmo. El resultado fue que el celebrado: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deut. 6:4 V.R.V; cp. Marcos 12:29)que define el credo nacional de Israel, fue pronunciado por cada Israelita pío a través de su vida y en la hora de su muerte. Para sentir el fervor que rodeó la creencia Judía en un Dios deberíamos pensar en nuestros más profundos compromisos: Amor a la libertad y al país, hogar y familia. 
Si usted hubiera nacido un Judío de padres religiosos ortodoxos en la Palestina del primer siglo, usted hubiera tenido que sostener la firme convicción de que hay un, y sólo un supremo creador Dios merecedor de adoración en el universo. Este credo estaba intrincadamente entrelazado dentro de la estructura o marco de la vida Judía. Los días santos nacionales, el calendario agrícola, así como la esperanza de la liberación nacional del opresor Romano y la promesa de una grandeza futura, estuvieron todos fundados en la revelación de un solo Dios personal contenido en las páginas de los escritos que llamamos el Antiguo Testamento. La literatura religiosa de los Judíos definió la relación del creyente con ese único Dios y proveyó la instrucción para el trato con sus semejantes seres humanos. Mucho del Antiguo Testamento es una historia, a veces positiva, a veces trágica, del Dios único tratando con Su pueblo escogido, Israel. Además, los escritos sagrados predijeron un glorioso futuro para la nación y el mundo, un día cuando todos en la tierra reconocerán y servirán al único Dios verdadero de Israel (Zacarías 14:9). 
Fue dentro de esta comunidad religiosa distintiva y comprometida que nació Jesús. Los orígenes de la fiel devoción de la comunidad al monoteísmo estuvieron arraigados en el pacto hecho con Abraham como el padre de los fieles. El credo fundamental del Judaísmo de que Dios es un solo Señor estaba fuertemente inculcado en el pueblo por Moisés. Subsecuentemente algunos Israelitas apóstatas se volvieron atrás, a creer en los dioses de sus vecinos paganos. Los representantes de estos poderosos dioses antiguos defendieron la prostitución en el templo, la quema de niños al dios Molech, y la mutilación del cuerpo--- por mencionar algunos de sus más notables ritos. 
La historia registrada en los cinco primeros libros de la antigua literatura Judía describe a una nación divinamente escogida para que estuviese separada del mundo politeísta. Por medio de una poderosa intervención divina, primero en el llamamiento de Abraham y después en el Éxodo, una nación entera era introducida a un ser que afirmaba no sólo que era el solo creador de todo lo que existe, sino además el único Dios verdadero en existencia. Su mensaje a Su pueblo Israel era inequívoco. A través de Moisés Él dijo: “Pero a vosotros os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día...A ti te ha mostrado, para que supieses que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de él” (Deut. 4:20,35). 
Es seguro que la nación de Israel, a quienes le fueron dadas estas grandiosas declaraciones acerca de la Deidad, no supo nada acerca de la dualidad o Trinidad de personas en la Divinidad. Ningún hecho puede ser más firmemente establecido, una vez que es tomada su literatura nacional como guía, y si el lenguaje tiene algún significado permanente. 
Una cosa es indisputable: las naciones que rodeaban a Israel no estuvieron engañadas sobre la creencia que tenía Israel acerca de un solo Dios. Este credo fue en parte responsable por la persecución que duró por siglos del Judío religioso, que rehusó aceptar cualquier otro objeto de adoración que su único Dios. Los Cruzados, aquellos valientes guerreros cristianos del Siglo 11 emprendieron gustosamente la tarea de expulsar a los “infieles” Musulmanes monoteístas de la Tierra Santa. Su fervor los condujo igualmente al asesinato de inofensivos Judíos europeos en una comunidad tras otra. Tres siglos después ni el Judío unitario o Cristiano ni el Protestante Trinitario pudieron sobrevivir a las persecuciones de la inquisición Española sin renunciar a sus creencias religiosas y aceptando el Catolicismo Romano o escapando a un lugar del mundo menos hostil. Puede ser chocante para muchos, pero miles de Cristianos, que también creyeron en un Dios personal único de los Judíos, estuvieron dispuestos a escapar del mismo destino cruel a manos de la Iglesia sólo por medio de la fuga.
Creer en un Dios unipersonal confirió a Israel una visión del mundo que la separó de las otras filosofías, religiones, culturas y naciones. Ella retiene su comprensión especial sobre Dios hasta este día. En contraste, el amplio espectro del Cristianismo se sujeta a la idea de un Dios en tres personas de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), con una minoría afirmando creer en un Dios en dos personas (Padre y “Palabra”),ambas personas existiendo desde la eternidad. Las religiones orientales aceptan mucho más que un Dios, o al menos de seres personales intermediarios entre el Dios Supremo y la creación, como ocurrió en el mundo Griego por quien la Iglesia Cristiana estuvo influenciada poco después de la muerte de su fundador, Jesús, el Mesías. Grandes cantidades de personas hoy día están encontrando sus raíces teológicas en el concepto Oriental de muchos dioses---el credo de que todos nosotros somos dioses esperando el auto-descubrimiento y en cierto grado desconcertante de que todo es Dios. Es difícil no observar que la anarquía religiosa sobreviene inevitablemente cuando cada persona es un dios en su propia opinión, determinando su propio credo y conducta. 
A fin de hacer hincapié en el Dios único al Israel nacional, de modo que no hubiese ocasión de error o equivocación, Dios repitió a través de Moisés: “Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro” (Deut. 4:39). Sobre la fuerza de este texto, y muchos como éste, podemos plenamente simpatizar con la devoción Judía hacia el Dios unipersonal. La declaración parece ser una prueba en contra de toda posibilidad de equivocación. Los Judíos entendieron que “uno” quería decir “uno” y nunca estuvieron en dudas acerca de la expresión “ningún otro”. Un destacado portavoz Judío contemporáneo, Pinchas Lapide, hace hincapié en la persistencia con la cual los Judíos guardaban el corazón de su fe: 
a fin de proteger la unidad unipersonal de Dios de toda multiplicación, adulteración, o amalgamiento con los ritos del mundo circundante, el pueblo de Israel escogió por si mismo ese verso de la Biblia para que fuese su credo el cual hasta el día de hoy pertenece a la liturgia diaria de la sinagoga y que también es inculcado como la primera máxima en un niño de escuela de cinco años de edad. Este es el credo que Jesús reconoció como el “más importante de todos los mandamientos”
Como Lapide reconoce, cuando Jesús estuvo explicando el fundamento de su creencia, él repitió las palabras dichas por Moisés a la nación de Israel: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut. 6:4,5); Mar. 12:29,30). A partir de la confirmación de Jesús de las palabras de Moisés registradas en el libro de Deuteronomio, estamos forzados a concluir que él debió haber entendido y creído lo que Moisés creía que significaban estas palabras. Si hubiera sido de otra manera, o si algún cambio radical había ocurrido para negar la afirmación definitiva de Moisés acerca de “un Dios”, los escritores del Nuevo Testamento fallaron completamente en suministrar cualquier declaración igualmente no ambigua para revertir o corregir esta pieza clave de la fe Judía. 
Una confirmación adicional de la persistencia del credo fundamental del Judaísmo se encuentra en la conversación de Jesús con la mujer Samaritana. El le dijo a ella directamente sin ambigüedad, “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los Judíos. Mas la hora viene, y hora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4:22,23). Ni siquiera una vez encontramos a Jesús criticando a sus paisanos por sostener un inadecuado entendimiento del número de personas en la Deidad. Ciertamente tampoco Pablo reconoció otro Dios que el Dios de Israel. El esperó que los gentiles fueran injertados dentro de Israel y adoraran ese mismo Dios: “¿Es Dios solamente Dios de los judíos?¿No es también Dios de los Gentiles? (Rom. 3:29; cp. 11:17). El Dios conocido por el Judío Pablo fue definido concisamente por él en Gálatas 3:20, en las palabras de la Traducción Amplificada del Nuevo Testamento que dice: “Dios es (solo) una persona.”
Al principio de su ministerio Jesús confirmó fuertemente la revelación divina dada a Moisés: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido a abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17). El primer principio del gran sumario de la ley de Israel dado en la Torá a través de Moisés proveyó el credo nacional: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” (Exodo 20:1-3). 
Si hubo uno, solo, único ser todopoderoso en el universo deseando revelar a Su creación el hecho de que El solo es Dios, y que no había otro, ¿cómo podría haber sido indicado sin ninguna posibilidad de error?¿Qué cosa podría haberse dicho para asegurarse ni la más leve ocasión de equivocación?¿Cómo expresaría cada uno de nosotros la absoluta singularidad del Dios único si fuera nuestra responsabilidad el hacer claro ese mensaje a una nación entera? No hubiéramos dicho, como Moisés informa de Dios diciendo: “Ved ahora que yo, yo soy, Y no hay dioses conmigo” (Deut. 32:39). Israel, hasta este día, en respuesta a estas categóricas declaraciones, no aceptará sino al Dios unipersonal de Moisés como resultado de estas palabras. Prescindiendo de cualesquiera otras diferencias religiosas, el Dios unipersonal permanece siendo la hebra que une a la comunidad judía. 
La Biblia Hebrea y el Nuevo Testamento contienen aproximadamente veinte mil pronombres singulares y verbos que describen al único Dios uni-personal. El idioma no tiene una más clara o más obvia manera de proveer un testimonio del monoteísmo unitario de Israel y de Jesús. 
El Ser revelado en la Torá de Israel fue un Dios que debía ser claramente distinguido de los dioses paganos de Egipto. Por un acto de poder Dios había rescatado a una nación esclavizada de la cautividad. El fue un Dios de sorprendente poder y no obstante personal y accesible---Un Dios para ser amado, de quien se dijo, “Y habla Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11). El fue una persona con quien David se comunicaba: “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová” (Sal. 27:8). En el Éxodo los Judíos supieron que por primera vez en la historia una nación entera era conducida a un contacto íntimo con el Dios creador a través de su representante constituido. Este evento sin paralelo debía ser incrustado en la conciencia nacional para siempre. Lo que debía ser desterrado de su adoración eran los dioses del mundo alrededor de ellos. Trágicamente, los temores supersticiosos y el deseo de ser como las otras naciones tentaron de cuando en cuando a Israel para abrazar los múltiples dioses del paganismo. Por esto ellos sufrieron desastrosamente. Poco después de su salida de Egipto, a un costo espantoso para ellos mismos, construyeron un becerro de oro como un objeto de adoración. 
La nación necesitó continuamente que se le recordara su credo excepcional: “Escucha, Israel: Yahweh nuestro Dios es el único Yahweh” (Deut. 6:4, Biblia Nueva Jerusalén). A través del profeta Isaías, se le hizo saber una vez más a Israel sobre su identidad nacional: “Vosotros son mis testigos... y entendáis que yo mismo soy; antes de mi no fue formado dios, ni lo será después de mí” (Isa. 43:10). Las teologías que prometen a sus seguidores que algún día ellos serán “Dios” no parecen sujetarse a la prerrogativa exclusiva sostenida por aquel que insiste en que no ha habido otro Dios formado antes de él y que no habrá otro después de él. 
El continuo énfasis de Isaías en la uni-personalidad de Dios es directo y claro. El cita a Dios quien dice: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Isa. 44:6). La pregunta es repetida: “Hay otro Dios fuera de mí, o hay alguna otra Roca? Yo no conozco ninguno” (Isa. 44:8). Esta declaración exclusiva fue una parte integral de la instrucción religiosa con la cual Jesús fue educado y criado. Fue un credo que él sostuvo en común con cada joven Judío. Su repetida referencia al profeta Isaías, y en realidad al entero Antiguo Testamento, durante su ministerio público demuestra cuán enérgicamente había sido modelada su teología por las Escrituras Hebreas. El Dios a quien Jesús sirvió se había anunciado a sí mismo como una sola persona, nunca Triuno. 
No deberíamos de estar sorprendidos por la tenacidad con la cual los judíos preservaron el concepto de un, solo, único Dios creador. Su persistencia fue estimulada por la repetición constante de Isaías del más importante de todos los hechos religiosos. El profeta nuevamente habla del Dios de Israel: “Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mi mismo”[ o, quién estaba conmigo?] (Isa. 44:24). Pocas declaraciones podrían haber sido mejor calculadas para desvanecer para siempre de la mente Judía la idea de que más de una persona había sido responsable de la creación.
El énfasis es aún más llamativo cuando este mismo escritor, en siete versos separados en el capítulo 45 de su libro, registra lo siguiente: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí” (Isa. 45:5). Estas declaraciones fueron diseñadas para que se fijaran para siempre en la mente de Israel la idea de que Dios es uno (una persona). El mismo Único Dios continuó diciendo a través de Isaías: “Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre” (Isa. 45:12). 
Se enseña frecuentemente que aquel que se ha supuesto vino a ser Jesús, el Hijo de Dios del Nuevo Testamento, fue responsable de la obra de la creación. Sobre la base de lo que hemos leído, ¿cómo pudo semejante idea ser concebida? Acaso no habrían prevenido los escritos de Isaías que entrara semejante noción en los mentes Judías? “Ciertamente en ti está Dios, y no hay otro fuera de Dios” (Isa. 45:14). Y nuevamente, “Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro” (Isaías 45:18). 
Dos pasajes adicionales retaron a Israel a una fiel devoción al único Dios: “¿Quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.” (Isa. 45:21,22). Algunos han confundido el uso de la palabra “Salvador” en este texto con las frecuentes referencias de la misma palabra a Jesús, el Mesías. Es bastante obvio que él es llamado también Salvador en el Nuevo Testamento (como son los jueces en el libro de los Jueces y como también Josefo lo llamó a Vespasiano).Nosotros notamos la distinción trazada en Judas 25, donde ambos Jesús y Dios son llamados al cierre del libro: “Al Dios único, nuestro salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, majestad, fuerza y poder antes de todo tiempo, ahora y por todos los siglos” (V. Biblia de Jerusalén). Es bastante claro que el concepto Judío de un Dios unipersonal no es perturbado por este escritor del Nuevo Testamento. De hecho, no puede haber otro enunciado formulado de modo más claro que éste---de que hay “solo” una persona en la Deidad. Ambos Dios el Padre y Jesucristo son mencionados en la misma oración, pero Jesús es obviamente distinguido del “único Dios.” Otros escritores del Nuevo Testamento hacen igualmente declaraciones claras. El Padre de Jesús es el único absoluto Salvador. Otros que no son El sólo pueden funcionar como salvadores en un sentido subordinado y delegado. 
Fue dentro de esta cultura Judía con su profunda creencia atrincherada en el único Dios que Jesús nació. Diecinueve siglos después un Judío Israelí Ortodoxo, Pinchas Lapide, miembro de la facultad de la universidad Bar Ilan en Israel (de quien citamos antes), muestra que los judíos fueron prohibidos de desviarse de la creencia en el Dios unipersonal: “De la palabra Hebrea Echad (que significa uno) aprendemos no sólo que no hay ninguno fuera del Señor, sino también que el Señor es uno y que por tanto el Señor no puede ser visto como algo aglomerado que sería divisible en varias propiedades o atributos”.No es sorprendente que de acuerdo al registro bíblico, cuando Israel escogió abrazar otros dioses, sobrevino el caos, la nación se dividió, y las amenazantes profecías de Isaías se cumplieron. La cautividad nacional fue la pena por su apostasía hacia el politeísmo. Podría muy bien ser que la confusión y fragmentación que hemos presenciado en la historia del Cristianismo pueda trazarse exactamente a la misma apostasía de la creencia original de que Dios era una persona única. 
El concepto de un Dios unipersonal no estuvo limitado al profeta Isaías. Oseas informa sobre el Dios de Israel diciendo: “Pero yo soy Yahveh, tu Dios, desde el país de Egipto. No conoces otro Dios fuera de mí, ni hay más salvador que yo.” (Oseas 13:4). Más aún, el status único del Dios único no estaba limitado a aquellos tiempos antiguos. Nosotros recibimos la clara impresión de parte del profeta Joel cuando habla de un Israel futuro después de que haya alcanzado su promesa de grandeza, que esta nación estará todavía, y para siempre, atada al único Dios unipersonal: “Y sabréis que en medio de Israel estoy yo, ¡yo, Yahveh, vuestro Dios, y no hay otro!” (Joel 2:27). Joel nos hace recordar que cualquiera o quienquiera que era el Dios de los Judíos del Antiguo Testamento, El debía permanecer como su Dios en perpetuidad.
La mente Judía estaba convencida de que el único Dios unipersonal, el creador, era también el Padre de la nación. Así lo dice el profeta Malaquías: “¿No tenemos nosotros un mismo Padre?¿No nos ha creado el mismo Dios?” (Mal. 2:10).Nada podría ser más claro que el único Dios del monoteísmo Judío, sobre el cual fue fundada la herencia Judía de Jesús, era el Padre. Este ser único es muy frecuentemente descrito como Dios y Padre en el Nuevo Testamento. Verdaderamente El es el “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,”Su Hijo. Es sumamente significativo el hecho de que Jesús como “Señor” está todavía subordinado a su Dios.  

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